En El Acordeón de hoy, del diario El
Periódico, hay un artículo de Mariluz Peinado que desnuda a Televisa y admite
pertenecer a una generación que fue moldeada por lo que aquel emporio mexicano
provocaba para inducir a las amas de casa a comprar toda clase de productos,
pero sobre todo, para influir políticamente en el país, incluyendo la reciente
elección de Peña Nieto.
No se lo pueden perder.
En la súper esperada sección El Peladero, del diario
en mención, se dice que Siglo XXI ha sido adquirido por las cooperativas dueñas
de Banrural, y que, utilizando como fachada a un empresario salvadoreño, la
vicepresidenta ha adquirido acciones de Siglo XXI. Este diario ha pasado, en
poco tiempo, de unas manos a otras, según les haya ido
política y económicamente a los grupos que han invertido en él.
La formación de esos cúmulos mediáticos ya no
sorprende a nadie enterado de que en el mundo, —no en la pueblerina Guatemala—
hay seis inmensas corporaciones, o como quieran llamarles, que poseen (cada una
de ellas) cadenas de televisión, diarios, empresas de cable, racimos de radios,
casas editoriales e impresoras de libros, conglomerados cinematográficos, y
todos los etcéteras del mundo. Esos monstruosos grupos son quienes dirigen el
pensamiento y los gustos de los ciudadanos del planeta por
medio de la comercialización de sus productos, entre los que se incluye, en
primera fila, la promoción de determinado pensamiento político.
Quien quiera enterarse de cómo la novela 1984 se quedó
corta al predecir que nuestras vidas iban a estar vigiladas constantemente por
el Gran Hermano, según lo auguró en 1949 el escritor George Orwell, no tiene
más que leer Le Monde Diplomatique, de publicación mensual. Y leer, por
supuesto, a Ignacio Ramonet.
La empresa de Prensa Libre posee el diario de mayor
circulación en el país, Nuestro Diario, y el canal de cable Guatevisión. La
familia Archila maneja el Canal Antigua, radiodifusoras, por supuesto, y acaba
de sacar a luz la revista ContraPoder, nombre que nunca terminó de gustarme. Las corporaciones de radio abundan. Pero
la joya de la corona la posee el inefable ángel: Ángel González, tenedor de las
cuatro frecuencias de televisión abierta, los canales 3,
7, 11 y 13 y de un número inmenso de radiodifusoras. No me consta que se
dedique a publicar libros.
El ángel de la tele ha flotado durante décadas a
fuerza de otorgar espacios en sus canales y radios a
aquellos candidatos a la presidencia que parecerían tener mayores
seguidores, fans que se multiplican con las bondades de la tele ‘nacional’.
Cuando los contratos de la tele abierta están por vencerse, el ángel de la
televisión siempre ha salido invicto, gracias a la deuda que le tiene el ex
candidato que ahora ocupa la silla en el Guacamolón.
Leer a Mariluz Peinado nos permite enterarnos de cómo
ha reinado Televisa, pero también, en un juego de espejos deformes, como los de
parques de diversiones, lo que nos pasa en Guate.
Pero no todo está perdido. Continúo hablando de El Periódico donde esta
mañana he hallado un magnífico artículo de Edelberto Torres-Rivas sobre el
genocidio en Guatemala (anunciándose que mañana continúa); la importante
entrevista que en El Acordeón le hacen al autor guatemalteco que ha pasado casi
toda su vida en Nueva York, Francisco Nájera; y la columna de Arturo
Monterroso, ese escritor nuestro a quien admiro y envidio, con envidia sana, el
manejo del un lenguaje extraordinario, ese lenguaje que poseen muy pocos
mortales y con el que va describiendo sus opiniones sobre las cosas que le
gustan o le disgustan. Del país y del mundo.
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