Cada vez que se ha ido de viaje, especialmente en vuelos transatlánticos, Mariana lleva un bolso de mano de proporciones adecuadas. En él han viajado libros gordos para disfrutar las horas de la travesía; una libreta para anotar poemas o ideas para cuentos que surgen en cualquier momento; los anteojos para leer en su estuche; botellas de agua pura porque las azafatas y los azafatos no se dan abasto para atender a los cientos de personas que viajan en el avión; crema para rostro y manos porque el aire acondicionado reseca la piel; un par de medicinas que debe tomar a determinadas horas; un frasco de comprimidos de paracetamol por si se ofreciera; un cepillo de pelo para viajes y perfume. Lo anterior, en la lista de necesidades de primer orden.
Entre los objetos de segundo orden: pañuelos de papel, desodorante, cosméticos para aplicarse cuando el viaje esté llegando a su fin y no bajar del avión con aspecto de refugiada soviética. Además, un chocolate por aquello de que se le baje el azúcar, una cámara fotográfica.
A lo anterior se agrega, por obligación, un sobre grande de material sintético, de esos que suelen dar las agencias de viajes, donde en orden riguroso van: los dólares que suelen acompañar a los viajeros, el boleto del viaje, el pasaporte, la carta o documento de invitación para el congreso, seminario o reunión a que asiste; y adosada con masking tape a la bolsa, la llave de su maleta.
En un compartimiento especial de la bolsa va la billetera con una tarjeta de crédito, su identificación de periodista, dólares de baja denominación para los primeros gastos y algunas tarjetas personales.
Desde el ataque al Pentágono y a las torres gemelas Mariana no ha ido a Estados Unidos porque cree que en Guatemala ha llenado con creces la cuota de faltas de respeto a los derechos humanos que este país le otorga a sus ciudadanos como para ir a que le falten el respeto en el extrajero.
Si ahora tuviera que viajar durante veinte o treinta horas sin un libro, Mariana se pondría de atar. Si le prohíben llevar agua, estarían atentando contra una costumbre de reponer líquidos que lleva ya décadas. Si la separan de sus lentes para leer, la vida de Mariana ser tornaría gris sin remedio.
Si encima no puede darse el gusto de perfumarse o comer un chocolate para compensar el ir como sardina en un avión donde su vecino ronca y babea como bestia o come con modales de carretero, Mariana renuncia desde ya a los viajes.
Y finalmente, si la bolsita de plástico transparente --que da un postmodernísimo aspecto de homeless a quien la lleva-- con un pasaporte, un boleto de avión y una billetera es lo único que puede llevar Mariana durante un viaje transatlántico, prefiere viajar a Amatitlán en su automóvil del año 93, donde puede llevar todo lo anotado, e ir en buena compañía.
sábado, agosto 12, 2006
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5 comentarios:
Cuánto tiempo durará esta locura, esta desazón, este desclabro en el aire, en la tierra, bajo el agua y hasta en la almohada.
Mi querido amigo, usted quédee donde está, que creo que sufre las mismas penas que esa Mariana de la que hablo.
En cuanto al descalabro, creo que si lee algo de historia verá que siempre ha sido igual. O peor.
creo que debí llamarme Mariana...
Y nos quedamos todos quietos, viendo cómo los parientes de la Libertad, deciden mejor practicarle de una vez la eutanasia, a la pobre vieja enferma.
Y si, los blogs sirven también para encontrarse con los cuates: perdón por lo del jueves pasado, pero mi cristalizaron las obligaciones, y usted sin teléfono.
Abrazos,
Arnoldo
Pócimas de viaje; calentamiento no prematuro.
Saludos.
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