viernes, agosto 09, 2013

A velar por las Perseidas

Bueno, ya se nubló, ya llovió. Y ahora hay un sol maravilloso; roguémosle a todos los santos del cielo que siga así el tiempo o muchísimas personas vamos a sentirnos frustradas.

Las Perseidas, digo. Si el cielo no está despejado, no las podríamos ver. Cerca de mi casa, para más inri, hay uno de esos edificios prefabricados, cuyas escaleras hacia los catorce o quince pisos que posee están iluminadas toda la noche, y justo se ven desde el jardín. Sus luces dan en el rostro aunque estemos tirados sobre la grama.

La luz que interesa es la que viene del cielo, del Universo. La otra luz es un desastre para quienes nos conmovemos con las estrellas, los meteoritos, las  galaxias y todas esas maravillas que valen la pena y que seguirán allí cuando todos los edificios de quince o más pisos se hayan ido al diablo.


Cuando esta ciudad apenas tenía seiscientos mil habitantes –yo era una criatura—los cielos que se veían eran una maravilla. Ahora, aún desde montañas lejanas se nota el resplandor de un amarillento sucio de la ciudad. En fin, que me gusta el cielo, no es secreto para nadie. Y que espero poder ver algunas Perseidas esta noche. 

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