martes, enero 02, 2007

Nuestra complicidad murió con él

Robert Fisk

Lo hicimos callar. El momento en que el encapuchado verdugo de Saddam jaló la palanca que abrió la trampa de la horca en Bagdad, la mañana del sábado, los secretos de Washington quedaron a salvo. El vergonzoso, excesivo y oculto poder militar que Estados Unidos y Gran Bretaña dieron a Saddam durante más de una década sigue siendo la historia terrible que nuestros presidentes y primeros ministros no quieren recordar. Ahora Saddam, quien sabía la verdadera dimensión de ese apoyo occidental que le permitió perpetrar algunas de las peores atrocidades desde la Segunda Guerra Mundial, está muerto.

Se ha ido el hombre que personalmente recibió ayuda de la CIA para destruir al Partido Comunista de Irak. Después de que llegó al poder, la inteligencia estadounidense le daba a sus serviles colaboradores la dirección en que vivían comunistas, tanto en Bagdad y como en otras ciudades, con el fin de desbaratar la influencia que tenía la Unión Soviética sobre Irak. Los mujabarats de Saddam visitaban cada hogar, arrestaban a todos sus ocupantes y luego los asesinaban. Los ahorcamientos públicos eran para los saboteadores; para los comunistas, sus esposas e hijos se reservaba un trato especial: torturas extremas antes de ser ejecutados en Abu Ghraib.

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3 comentarios:

Pedro J. Sabalete Gil dijo...

Que regusto tan agrio dejan esas escenas colocándole la soga. Es degradante esa divulgación.

zcgt21 dijo...

Mientras sigamos con el ojo por ojo, una vida por una vida, el mundo se quedara ciego.
Matemos al asesino y eso nos convierte en asesinos, que forma de pensar tan retograda tenemos aun los seres humanos, seguimos siendo hombres de las cavernas, toda nuestra tecnologia y logros cientificos no nos salvaran de esta decadencia.

Cesar Martinez dijo...

Entonces Le sacaron doble raja al arbol. Primero hicieron matar a quienes no querian y luego mataron al verdugo, por haber matado a los otros. Asi no hay quien pierda.

Saludos
Cesar Martinez