Abro el periódico y por segunda vez en la semana me encuentro con la fotografía de un hombre de rostro famélico, con bigote y barba de varios días, ese pelo grasiento que da el mucho tiempo de ausencia de agua y jabón. Para ajuste de penas, lleva una bufanda anudada al cuello; sin duda pasa hambre y frío. Pero limpio los lentes y me entero que es Mark Anthony, a secas, sin duda uno de esos íconos de la juventud actual. Pienso cuánto tiempo pasará para que alguno de los estudiantes, en el aula, se presente con un atuendo similar. Todavía tengo alumnos góticos, en el sentido contemporáneo de la palabra, que visten de negro y etcétera. Pero no he visto a nadie remedando a un homeless.
Y me alegro cuando leo que, por un acuerdo entre modistos, modelos, sus agentes y la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición, sólo podrán desfilar en las pasarelas madrileñas aquellas modelos que 'ofrezcan un aspecto saludable y respondan a la realidad del día a día'. Comienza así un corrimiento hacia la normalidad, alejándose la imagen ideal de las mujeres del aspecto anoréxico que por décadas ha llevado a las más jóvenes --e incluso a algunas viejas-- a parecer espantapájaros ambulantes, y además, acarreando desnutrición, osteoporosis, desarreglos hormonales y problemas de fertilidad.
Para saber qué es eso de aspecto saludable hay que dividir el peso, en kilos, por la altura en metros al cuadrado. La Organización Mundial de la Salud dice que aquellas personas que obtengan un resultado entre el 18.5 y el 24.9, están bien. Arriba de 25 puntos hay sobrepeso; con 30, obesidad.
viernes, septiembre 08, 2006
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