Mal andan las Humanidades en nuestros días. Las más antiguas disciplinas occidentales, que nos han servido y nos han guiado en los desarrollos general e individual. Las Humanidades están ligadas a la paideia griega y a la humanitas latina. La paideia se refiere a los ideales de la cultura griega, aquella cultura que hace más de veinte siglos exaltó los logros individuales, pero que sabía que la educación no era una propiedad individual, sino que pertenecía a toda la colectividad.
Opacados en la Edad Media por la pérdida de los libros antiguos y una excesiva preocupación por las cuestiones religiosas, ambos conceptos fueron rescatados durante el Renacimiento, y en los siglos XV y XVI ostentaron el título de studia humanitatis.
El ideal del Renacimiento, capítulo luminoso en la historia, era lograr que el ser humano se realizara lo más íntegramente posible. Esa noción de integralidad se ha derrumbado durante los últimos veinte años del siglo pasado más el tiempo que llevamos en el siglo XXI.
La globalización en su acepción más amenazadora, que es la que nos recetan desde el Norte, no requiere seres pensantes. Más bien estorban —en esta nueva era de totalitarismo económico— la reflexión, la búsqueda e indagación en los temas y problemas humanos esenciales. Lo intelectual se opone al avance de la rapiña.
Quienes producen pensamiento crítico y conocimientos que sirven de fundamento orientador en los procesos del ser humano y la sociedad no son apreciados por el sistema. Un sistema que propone modelos de hombres y países con ciertos atributos de agresividad, fuerza y competitividad en una lucha sin cuartel.
Rambo y otros matones en las películas, la agresión siempre presente en los juegos electrónicos para niños y adolescentes, el gusto popular por la sangre y la violencia se traducen en violencia real. Pero además permea las mentes de los jóvenes como único modelo a seguir.
La naturaleza del ser humano en sus dos dimensiones: la física y la espiritual, ha sido suplantada en nuestro tiempo por la tendencia a la posesión de dinero y objetos. El refinamiento del ser ha pasado al último renglón de lo necesario al ser humano. Y la educación, pilar de sustento de las civilizaciones humanas a lo largo del tiempo, se ha empobrecido.
El poder ideológico que campea por el mundo valora los intereses de las empresas privadas en los planes de formación, frente a una educación en valores sociales y autonomía crítica de los ciudadanos. No hay humanidad alguna en el siervo que se aplica a su labor mecánica ni en el que le paga el alienante trabajo.
Surge un reto para las entidades dedicadas a la enseñanza: frente al nuevo totalitarismo, frente a la reducción, a la peor de las cosificaciones, sólo queda buscar nuevas vías para dotar de sentido a la enseñanza. Y ocuparse de la parte que nutrirá lo físico, pero también de la mente y sus oficios, sin los cuales, cualquier avance científico resulta irrelevante, irrisorio.
domingo, julio 16, 2006
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